lunes, 2 de febrero de 2009
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Alto Bio Bío - Ranquil y Lonquimay
Grove, Allende y Barreto. La lucha contra el nacismo y las milicias republicanas de la oligarquía, hizo vestir de uniforme a los socialistas. Arriba, Grove, máximo lider socialista, después de la repentina muerte de Matte, en 1934, habla en un acto público. A su lado, la imagen del joven médico y dirigente del partido en Valparaíso, Salvador Allende, que seis años después seria Ministro de Salubridad del Presidente Aguirre Cerda. Abajo, el primer mártir del socialismo, Héctor Barreto, muerto en un enfrentamiento con los nazis del MNS.
La situación que se vive a nivel mundial, a partir de la Gran Depresión, y que se extiende por los primeros años de la década 1930, es de particular inestabilidad, debido a que se trata de la más profunda crisis económica capitalista.
En la Unión Soviética, Joseph Stalin impone su dictadura personal, desvirtuando la revolución de octubre y las aspiraciones de la clase obrera, en función de los objetivos del Estado. Se empiezan a aplicar los planes quinquenales, que privilegian la construcción de una Patria Soviética, por sobre la internacionalización revolucionaria propuesta por el trotskismo. En la pugna de poder Trotsky debe huir de la Unión Soviética, exiliándose en México, mientras sus partidarios son brutalmente reprimidos.
En Estados Unidos asume Franklin D. Roosevelt, con su política del New Deal, que robustece la función del Estado, a fin de superar la grave crisis económica y social, lo cual, repercutirá en todo el mundo, especialmente en América Latina.
Alemania, en tanto, luego del quiebre de la Bolsa en Wall Street, quedó prácticamente en la ruina, debiendo cerrar varios bancos. Millones de obreros quedaron cesantes, mientras comenzaban a surgir un movimiento político nacionalista y militarista, encabezado por Hitler.
El Partido Nazi, en 1930, obtenía 107 escaños en el Reichtang (parlamento), transformándose en la segunda fuerza política del país, ante las debilidades del movimiento socialista, enfrentado entre la tendencia socialdemócrata y la revolucionaria. En enero de 1933, Adolf Hitler asume como Jefe de Gobierno, apoyado por su partido, por los militares y los magnates industriales.
El nazismo y el militarismo comienzan a esparcirse como mancha de aceite por Francia, Rumania, Austria, España, Portugal, Estados Unidos, los Balcanes, y, por supuesto, Chile. En Italia, ya gobernaba el fascismo, encabezado por Benito Mussolini, surgido en el enfrentamiento con los socialistas.
América Latina es sacudida por una serie de golpes de Estado, surgiendo caudillos militares, que, echando mano al cuartelazo, se imponen sobre las sociedades sacudidas por la crisis. Una gran cantidad de exiliados se refugian en Chile, gran parte de los cuales, se vinculan al Partido Socialista.
Entre ellos estuvieron refugiados varios líderes del APRA (Acción Popular Revolucionaria Americanista), fundado por Raúl Haya de la Torre. Los apristas influenciaron notablemente a los dirigentes socialistas chilenos, especialmente a Grove y Schnacke, que asumieron el planteamiento latinoamericanista enarbolado por aquellos.
En tanto, en Nicaragua, un líder revolucionario daba la lucha contra la intervención norteamericana y su títere Anastasio Somoza. Se trataba del general César Augusto Sandino, que combatía en las montañas de Las Segovias, desde la batalla de Jícaro, en 1926, frente a un puñado de hombres. Moriría, en 1934, fusilado en el promontorio de La Calavera, cerca de Managua, junto a dos de sus oficiales.
En 1932, es fundado en Chile, el Movimiento Nacional Socialista (MNS), por miembros de la colonia alemana y personas de la pequeña burguesía. Postulando un Estado portaliano, ataca al liberalismo y a los socialistas. Pronto publican la revista "Acción Chilena", sobresaliendo Carlos Keller, como su teórico, y Jorge González Von Marees, como su caudillo. Haciendo uso de los resquicios de la ley que había permitido la creación de las Milicias Republicanas, crearon las Tropas Nacionalistas de Asalto (TNA), cuerpos de choque callejero, que actuaron fundamentalmente contra los socialistas y comunistas, ante la impasibilidad del gobierno.
Ante aquellos ataques, los socialistas se vieron obligados a formar sus propias fuerzas de choque, surgiendo las Milicias Socialistas, que disputaron las calles a las TNA. En esos enfrentamientos cayeron destacados jóvenes socialistas. En Concepción, moriría Manuel Bastías, dirigente de la Federación Juvenil Socialista (FJS). En La Cisterna, muere Julio Llanos. Pero, el caso más relevante, es la muerte de Héctor Barreto, joven poeta, miembro de la FJS, que es baleado por los nazis en la intersección de la calle San Diego con Avenida Matta, en diciembre de 1936. Sin embargo, las escaramuzas también se producen entre socialistas y comunistas, provocando el debilitamiento del movimiento obrero.
Del seno del Partido Conservador, por aquella época, surge una nueva generación de dirigentes juveniles, vinculados al movimiento de la Acción Católica, que comienzan a desarrollar las ideas socialcristianas, y que dan vida, inicialmente, a la Falange Conservadora, que pasará a denominarse, posteriormente, Falange Nacional. Entre ellos sobresalen Bernardo Leighton, Radomiro Tomic y Eduardo Frei.
Chile, luego de los difíciles primeros años de esa década, consolida su régimen institucional, previa derrota del militarismo. La alianza del gobierno de Alessandri, con las clases poseedoras, permite resolver la crisis. Haciendo uso de las facultades extraordinarias que le entregara el parlamento, Alessandri constituyó por decreto las Milicias Republicanas, cuerpo armado civil que dependía exclusivamente del Presidente de la República, que constituyó el necesario equilibrio para aplacar las opciones militaristas dentro de las Fuerzas Armadas.
El hombre fuerte de su gobierno fue Gustavo Ross Santamaría, Ministro de Hacienda, conocido magnate azucarero y especulador bursátil, quien logró normalizar la situación económica. Ricardo Donoso lo define como un hombre sin escrúpulos morales ni jurídicos, ajeno a la cultura general más elemental, formado en la escuela de las especulaciones bursátiles, pero, movido por una ambición sin freno.
Grandes negociados escandalizaron la vida económica nacional, teniendo como protagonista al Ministro de Hacienda. Uno de ellos fue el de la Compañía de Electricidad, empresa de capitales extranjeros, que sacó 100 millones de pesos del país, burlando la ley de cambios. Denunciado el hecho a la justicia, la Corte Suprema impuso a la compañía una multa de 55 millones de pesos, la que nunca fue pagada, ya que el Ministro de Hacienda levantó la sanción, sin dar explicación alguna. Otro escándalo fue la disolución de la COSACH (Corporación del Salitre de Chile), entidad repudiada por el país, siendo sustituida por la Corporación de Ventas del Salitre y Yodo, que entregó el 75% de sus utilidades a los consorcios extranjeros para el pago de bonos adeudados. Entre 1936 y 1937, se vendió salitre por 12,1 millones de dólares, de los cuales el fisco chileno sólo recibió 3 millones.
Éstos negociados se llevaron a cabo en el contexto de una política económica antipopular, ejercida a través de una devaluación monetaria permanente, y de una inflación que afectaba directamente los presupuestos de las familias proletarias. Esto generaba constantes movimientos de protestas, que eran violentamente reprimidas por el gobierno.
La tasa de mortalidad bordeaba el 25%. En 1937, 12.155 personas murieron de tuberculosis. Más de 400.000 nulos estaban al margen de la educación. La propiedad de la tierra se dividía de la siguiente forma: el latifundio, constituido por el 2% de los propietarios, poseía el 78% de las tierras; la propiedad media, que representaba al 16% de los propietarios, poseía el 18%; en tanto, el minifundio, que constituía el 82% de los propietarios, sólo poseía el 4% de la tierra. Considerando la tierra cultivable, el 68% de ella estaba en manos de un 0,9% de los propietarios. Una encuesta realizada en 1936, entre 12.000 familias de inquilinos – campesinos con goce de vivienda en los latifundios -, señalaba que el 99% de esas familias comía carne sólo una vez al mes, que un 97% no tenían accesos a leche y que el 76% vivía en ranchos inhabitables. Éstos factores incidían en el progresivo despoblamiento de los campos y en la migración hacia los centros urbanos, aumentando la disponibilidad de mano de obra proletaria.
En aquel panorama, se escribirá uno de los hechos más amargos de las luchas del campesinado chileno: la sangrienta represión en Ranquil y Lonquimay, un baldón perenne para el segundo gobierno de Arturo Alessandri.
Tales sucesos tuvieron lugar en los aledaños cordilleranos de Malleco, donde nacen los ríos que forman el majestuoso Bio Bío, en una zona ubicada entre las sierras de Pemehue, Nevada y Velluda, donde los campesinos de origen indígena habían sido arrinconados en tierras que nadie ambicionaba por su esterilidad. Era una zona agreste, de pobres lavaderos de oro, callejón de contrabandistas de ganado argentino. La tierra un poco más cultivable había sido arrebatada a los indígenas, a fines del siglo XIX, y repartida en hijuelas a colonos pobres, quienes las cultivaron por años. La tierra mejor, había quedado para los nuevos latifundistas que surgieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Cientos de familias campesinas se formaron en torno a aquellos terruños gélidos, de lluvias eternas, sin regularizar sus títulos de propiedad. El Estado chileno, pese a que había hecho las asignaciones, nunca se preocupó de regularizar los títulos de propiedad, y los campesinos no tenían dinero para pagar abogados y trámites legales. Vivieron en las pobres hijuelas, compartiendo con los indígenas las privaciones y las necesidades. Allí nacieron sus hijos, se criaron y formaron nuevos hogares.
Sin embargo, a principios de 1936, un terrateniente presentó una reclamación en Nitrito, exigiendo una orden de desalojo de los campesinos que ocupaban lo que él reivindicaba como su propiedad. Comprendiendo éstos que no tenían asidero legal, pese a que llevaban allí más de una generación, propusieron a las autoridades que el gobierno cancelara el valor de esas tierras al reclamante, y ellos, a su vez, pagarían por ellas en un plazo prudente.
Sin embargo, mientras aquellas tratativas se desarrollaban, los carabineros comenzaron a hostigar a los campesinos, contra los cuales tenían especial encono, por considerarlos cómplices del contrabando de la zona. Utilizando contra los hijueleros todos los abusos y medios de atemorizamiento posibles, la policía fue creando una sensación de injusticia entre los campesinos, que abonó los espíritus de rebeldía. No quiso el terrateniente vender sus tierras, si el gobierno se preocupó de darles una solución. Mientras, los carabineros volvían a advertir que debían abandonar las tierras.
Cuando las tierras estaban recién labradas, y comenzaba el crudo invierno del sur chileno, llegó la fuerza policial a desalojarlos, destruyendo los cercos e incendiando los ranchos, expulsándolos sin misericordia, y conduciéndolos hasta terrenos estériles, más arriba de la misma precordillera, sin alimentos, sin habitación.
El sentimiento de odio incubado hacia las autoridades, comenzó a materializarse, así como la certeza de que aquella injusticia no podía quedar sin castigo. En Nitrito, Ranquil, Quilleime, Lolco y Trubul, los campesinos se unieron en defensa de los expulsados, recibiendo también el apoyo de los mapuches de la reducción Maripe. Avanzado ya el invierno, en junio de 1936, la desesperación, el hambre, el frío y el odio, dieron paso a la revuelta. Varios miles de campesinos, armados de viejos fusiles y escopetas, asaltaron las pulperías y bodegas de los latifundios cercanos, y asumieron posiciones de enfrentamiento.
El desarrollo de las ideas socialistas en Chile. Por Sebastián Jans
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