Tal como en la mayoría de los viñedos, los propietarios de la hijuela “Leufulemu” reviven todos los meses de abril una de las actividades más típicas de la zona y hacen de ésta una auténtica fiesta, reuniendo a la familia en torno a la cosecha, la comida chilena y el proceso de la uva sobre la zaranda, que invita realmente a sacarse los zapatos.
Abril es el mes en el cual se concentra la cosecha de uva en nuestra zona. Como en la hijuela “Leufulemu” -sector San Francisco de Millapoa-, donde sus propietarios han revivido una de las actividades más típicas del campo chileno: la vendimia.
“Nos gusta la tradición, todo lo que sea estar aquí y unir la familia”, señala María Cecilia Vera, dueña de esta hijuela en la que junto a su esposo intentan rescatar los valores auténticos empezando por el nombre del lugar, que significa “tierra de montañas y ríos”.
Esta vez han logrado reunir a tres generaciones, que disfrutan además el contacto con la naturaleza, a orillas del río Taboleo: “Están mis cuñados, la suegra del dueño, los sobrinos... Para ellos es bonito y para nosotros también porque queda un lindo recuerdo”.
Con nostalgia, muestra el pilón de concreto, que hoy reemplaza al antiguo lagar de madera, agregando que poseen en la actualidad unas mil 500 plantas en la viña.
Además, la producción ya no es la misma, pero confía en mejores tiempos: “Cuando llegamos acá se sacó harta uva, sacábamos dos o tres carretadas, y este año una. Mi marido está decepcionado, pero yo le digo que tenemos que continuar con la tradición”.
La Jornada
El día de la vendimia, relata, empieza con “un buen harinado, con vino tinto pipeño y harina fresquita para la gente. Luego se sube a la viña con la carreta para tomar la uva”.
Al regresar con la carreta cargada, viene el proceso de la uva que se pisotea sobre una zaranda de coligües, etapa que difícilmente deja indiferente a los invitados.
Para Javier Saavedra, vecino del sector y experto en la materia, la persona que quiera zarandear “debe tener harta técnica porque es igual que bailarse una lambada o una cumbia. A lo mejor a una persona de la ciudad le cuesta, pero para uno, nacido y criado en el campo, es facilito. La gracia es que tenga harto movimiento y harta agilidad”.
Mientras termina esta labor, las dueñas de casa están a punto de servir la cazuela. “Ojalá sea un pollito de campo”, acota María Cecilia Vera, quien destaca las otras exquisiteces de la comida chilena que reinan durante este día tan especial.
“Mis cuñados mandaron uñitas. También trajimos pajaritos, tortillas y vamos a preparar sopaipillas. Lo único que no vamos a hacer, por el tiempo, son las empanadas”.
Dulce Espera
Cerca de ellos, el pilón luce cubierto ya conteniendo la dulce cosecha que alcanza en esta oportunidad los 250 litros.
“La chicha se puede servir al tiro”, comenta la propietaria de la hijuela. “Y ahora se espera unos 15 días para ir revolviéndola y después sacar el orujo para hacer aguardiente”.
El vino demora un poco más todavía por las características del lugar de almacenamiento: “Hay que esperar un mes más o menos, ahí hay un vino nuevo. Después viene otro proceso, hay que esperar que fermente un poquito y ahí saca vino bueno”.
A su vez, las viñas empiezan a trabajarse a los dos meses: “Hay que podarlas en julio y echarle abono en octubre”.
De esta manera, ya se proyectan para la próxima temporada, al término de una jornada enriquecedora especialmente para los más pequeños.
“Ha sido una experiencia bonita para ellos”, concluye la anfitriona de la fiesta, “los sobrinos, mis cuñadas -que algunas no tenían idea de esto- están todos entusiasmados”.
Lo mismo opina su madre, Eloísa Gatica, valorando el hecho de transmitirles todo esto a sus nietos: “Ellos van aprendiendo porque si algún día faltan los papás, este campo puede quedar para ellos y entre ellos, con sus hermanos y primos, siguen con la tradición”.
Fuente: El Fuerte, Tercera Edición, Abril de 2003
jueves, 5 de febrero de 2009
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